Estamos, sin duda, ante la principal figura del diseño del cine de animación infantil. Walter Disney nació en Chicago en 1901 y su incansable carrera como productor, director, guionista y animador nos ha legado algunos de los más conocidos personajes infantiles de toda la historia. El inicio de su carrera estuvo ligado al dibujante Ub Iwerks con el que fundó su primera compañía: “Iwerks-Disney Commercial Artists”, aunque años más tarde se separarían debido a la posición siempre subalterna de Iwerks.
La fama de Disney llegó de la mano del pequeño Mickey Mouse, realizando cortometrajes mudos, al que siguieron nuevos personajes como el Pato Donald, Goofy y Pluto.
Los ingresos de su estudio se dispararon cuando se aventuró a realizar el primer largometraje animado usando el Technicolor en 1938, Blancanieves y los siete enanitos. A partir de ese momento y a pesar de algunas recaídas y pérdidas de dinero, Disney siguió produciendo largometrajes al mismo tiempo que seguían creándose cortos de las estrellas de la casa (Mickey, Donald, etc.).
Además, Disney, adicto al trabajo y perfeccionista, diseñó hasta el más mínimo detalle de Disneyland, un enorme parque de atracciones basado en sus personajes. Así, poco a poco, su imperio se fue extendiendo y se convirtió en un icono conocido en todo el mundo. Existe incluso un alfabeto basado en la propia letra de la firma de Disney.
Por otro lado, a pesar de su “buena y honrada” imagen, siempre ha habido muchos rumores en torno a su figura, como sus problemas con los sindicatos, sus ideologías comunistas o los valores del american way of life que transmitía con sus películas.
En 1966 se le diagnosticó un cáncer de pulmón que le llevó a la muerte, aunque durante años se gestó la leyenda urbana de que Disney había sido criogenizado antes de morir para que, cuando la ciencia avanzara, pudiera ser resucitado y sanado su cáncer.
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